Roddy Scheer & Doug Moss
EarthTalk
Las sustancias perfluoroalquílicas y polifluoroalquílicas, más conocidas como PFAS y a menudo denominadas “químicos eternos”, son sustancias químicas sintéticas que se encuentran en miles de productos. Conocidas por su durabilidad y resistencia al calor, al agua y al aceite, se han utilizado durante décadas en artículos como utensilios de cocina antiadherentes, ropa impermeable, envases de alimentos y espuma contra incendios. Su uso generalizado ha suscitado graves preocupaciones medioambientales y sanitarias, y la contaminación se ha convertido en una crisis mundial que afecta a millones de personas.
Las PFAS se denominan “sustancias químicas eternas” porque no se descomponen fácilmente en el cuerpo humano ni en el medio ambiente. Las investigaciones los relacionan con una serie de problemas de salud, como cáncer, daños hepáticos, supresión del sistema inmunitario y problemas de desarrollo en los niños. Estos productos químicos contaminan el suelo y el agua. De hecho, los estudios los encuentran en la sangre de casi todos los estadounidenses. “Cada nuevo estudio… nos preocupa más, no solo por los efectos que estos productos químicos tienen sobre la salud, sino por lo difícil que es eliminarlos una vez que están ahí fuera”, dice Lisa Patel, doctora en medicina y profesora clínica asociada de pediatría en Stanford.
Dados sus peligros, mucha gente se pregunta por qué los PFAS no se han prohibido en todo el país. Están regulados por múltiples agencias, entre ellas la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), lo que dificulta una acción coherente a nivel nacional. Además, su importancia industrial, en particular su capacidad para soportar condiciones extremas, hace que sean difíciles de sustituir en determinados sectores. Como resultado, el Gobierno de los Estados Unidos ha adoptado un enfoque cauteloso y gradual en lugar de una prohibición total.
Sin embargo, la situación podría estar cambiando. En 2023, la EPA estableció límites exigibles para seis tipos de PFAS en el agua potable, lo que supone un paso importante hacia una regulación más estricta. Mientras tanto, varios estados, como Maine y California, han implementado sus propias leyes para restringir los PFAS en productos de consumo como cosméticos, textiles y envases de alimentos. Estos esfuerzos estatales están impulsando una política nacional más amplia.
La conciencia pública y la investigación científica siguen creciendo, lo que ejerce presión sobre los legisladores para que actúen. Muchos creen que, con los estudios en curso, las mejores alternativas y la creciente preocupación, Estados Unidos podría ver pronto políticas más estrictas para reducir la exposición a los PFAS y responsabilizar a los contaminadores. “Se trata de un ámbito que requiere más investigación para proteger verdaderamente la salud pública de la compleja exposición química a la que estamos sometidos a lo largo de nuestras vidas”, afirma Andrés Cárdenas, epidemiólogo medioambiental de Stanford. Los PFAS suponen una grave amenaza para la salud pública y el medio ambiente. Su durabilidad los convirtió en su día en un avance científico, pero esa misma característica los hace ahora peligrosos. Una regulación más estricta, una tecnología mejorada y una mayor participación pública son fundamentales para abordar la crisis y proteger a las generaciones futuras de daños a largo plazo.
CONTACTOS: ¿Qué pasa con los PFAS, también conocidos como “químicos eternos”? https://med.stanford.edu/news/insights/2024/07/pfas-forever-chemicals-health-risks-scientists.html.
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