El Sismo en México: Entre la Tragedia y el Heroísmo

Opinion
Photo Credit: Pixabay

Por José López Zamorano

La Red Hispana

Exactamente 32 años después del macro sismo de 1985, un dia de septiembre, que había dejado entonces decenas de miles de muertes en la Ciudad de México, un nuevo sacudimiento de la capa tectónica de Cocos detonó uno de los más temibles terremotos en la historia recientes.

Su epicentro fue en los subsuelos del estado de Puebla. Su magnitud oficial fue de 7.1 grados en la escala de Richter, pero su fuerza destructora fue infinitamente más devastadora para quienes sintieron sus embates en horas de la tarde, mientras se encontraban en casas u oficinas

 

A las 13:14, apenas dos horas después que cientos de miles de capitalinos habían ejecutado un magno simulacro de sismo, una de las secuelas de la cultura sísmica que legó el sacudimiento del 85, otro golpe de la naturaleza estremecía a la nación

Las redes sociales se encargaron de hacer la tragedia Tangible.  Por Facebook y Twitter, no por la televisión, aparecieron las primeras imágenes. Desde una de las torres más altas, la ciudad daba la impresión de haber sido blanco de un bombardeo quirúrgico, con columnas de polvo emanando del sitio de los edificios derruidos y, al menos en un caso, una explosión estridente con un hongo de llamas y humo.

Enseguida llegaron los primeros testimonios al ras de la calle. A partir de las imágenes pixeladas de los teléfonos celulares sentimos la gravedad de la situación Un pequeño edificio de apartamentos se desplomaba ante nuestros ojos, la fallada de concreto de un edificio de apartamento se resquebrajaba hacia una avenida, un inmueble de varios pisos quedó colapsado en un solo nivel.

La angustia se apoderó de la ciudad. Las líneas telefónicas quedaron interrumpidas o saturadas, lo que multiplicaba la ansiedad para localizar a seres queridos. Algunos pudieron comunicarse por WhatsApp o mensajes de texto, hasta que gradualmente pudo restablecerse el servicio telefónico y constatarse la situación de familiares y amigos.

La célebre Alerta Sísmica, que debía prevenir a la población sobre la inminencia de un sacudimiento de la Tierra, fue ineficaz por la cercanía del epicentro. Pero la educación sísmica de los capitalinos hizo que miles iniciaran de inmediato la evacuación de oficinas, escuelas, residencias y restaurantes. No todos tuvieron suerte  

En Coapa, la escuela primaria Enrique Rébsamen se convirtió en el icono de la destrucción, Más de 20 niños y dos maestros fueron aplastados por las losas de concreto. Al menos otros 30 alumnos seguían atrapados. La angustia de los padres era infinita, tratando de saber el paradero de sus hijos, averiguar quiénes eras los sobrevivientes, los hospitalizados, los que seguían bajo los escombros.

Aunque un total de 44 estructuras se habían colapsado, de acuerdo con los conteos oficiales, la escuela Rébsamen era el foco de atención de una nación conmocionada y sacudida por el efecto mortal de la destrucción. Uno de los niños, llamado Victor, pudo ser contactado por la policía mientras seguía atrapado entre los escombros y ante la mirada expectante de la nación. Se le abasteció oxígeno, hasta poder encontrarle una ruta de salvación.

 

No había tiempo que perder. Los primeros rescatistas fueron los vecinos y transeúntes que se volcaron en cientos para empezar la labor hormiga de despejar las piedras en busca de los sobrevivientes. Hombro con hombro, largas columnas humanas utilizaban cubetas ordinarias para desplazar los escombros e intentar llegar a los sobrevivientes.

UN PUÑO EN ALTO

Las expresiones de heroísmo y solidaridad desinteresada se multiplicaron en todos los sitios de edificios colapsados. Miles de jóvenes ignoraron la falta de equipo y experiencia, y se abocaron a crear grandes cadenas de brazos para ayudar en el rescate, amas de casa sacaron mesas para prepararles comida, se materializaron miles de garrafones y botellas de agua potable. Los autos particulares se convirtieron en ambulancias y las motocicletas en transporte de medicamentos, guantes y primeros auxilios.

Un puño en alto se convirtió en el símbolo de la esperanza. La seña universal para guardar silencio era la primera indicación visual del encuentro de un sobreviviente. Y aquella gritería de voces y esfuerzos, esos miles de héroes anónimos, de voluntarios improvisados, la mayoría sin tapa bocas, creaba un silencio imponente, solidario, en los sitios de la destrucción.

Tal como lo habían hecho durante el sismo de 1985, brigadas espontáneas de ciudadanos, capitalinos, chilangos, todos, se transformaron en un ejército caótico de manos y voluntades con el objetivo común de salvar vidas, encontrar seres queridos, darle una oportunidad a la esperanza.

Y en el centro de esa gesta heroica, de la Nada, frente a un edificio derruido, una voz gritó Viva México, Viva México, y un coro humano se formó al instante. Y la multitud, hombres y mujeres que nunca habían cruzado miradas o palabras o sonrisas, correspondió con un himno elocuente de Viva México. 

El primer conteo arrojó apenas un indicio de la destrucción: 217 muertos, 700 heridos y cientos de desaparecidos, incluidos los alumnos de la escuela Rébsamen. El mayor número de decesos tuvo lugar en la Ciudad de México, pero la muerte llegó también a los estados de Morelos, Puebla, Estado de México y Guerrero.

Han transcurrido menos de 24 horas del sacudimiento y la emergencia sigue viva, no solo para rescatar a sobrevivientes o recuperar cuerpos, sino para atender a damnificados en albergues e inspeccionar la habitabilidad de viviendas, escuelas y centros de trabajo. La solidaridad y apoyo internacional empezó a hacerse presente  

Miles de mexicanos siguen sin servicio eléctrico o vivienda, o centro de trabajo o escuela, pero no sin luz… ni fe… ni esperanza. 

Para más información visita www.laredhispana.org.

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