Los brasileños de a pie pasan hambre mientras Bolsonaro amenaza la democracia

Fernando Cruz | Ethnic Media Services
Photo Credit: Manuel Ortiz

El presidente brasileño Jair Bolsonaro está intensificando sus ataques contra las instituciones democráticas de la nación en el período previo a las elecciones presidenciales del 2 de octubre, pero, con el aumento de la inflación, el alto desempleo y las asombrosas tasas de pobreza, la táctica del presidente podría resultar contraproducente.

Aunque amenazar a la democracia puede atraer a su base, puede no ser la mejor estrategia para ganarse a los brasileños que están enfocados en las problemáticas de fondo.

Según los últimos sondeos, Bolsonaro está por detrás de su oponente, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, de tendencia izquierdista. Y, aunque ha conseguido reducir su diferencia en los últimos días, para millones de brasileños que luchan contra el aumento de los precios de los alimentos y el persistente alto desempleo, los mensajes sobre el estado general de la democracia y la falibilidad de las instituciones de Brasil caerán en saco roto.

En el punto álgido de la pandemia, la tasa de desempleo de Brasil rondaba el 15%. Lo cual supone casi 15 millones de personas sin trabajo. Desde entonces, las cifras han disminuido, pero aún millones de personas siguen dependiendo de la economía informal para subsistir.

Por otro lado, el aumento de los precios de los alimentos ha incrementado la inseguridad alimentaria en una nación en la que 33 millones de personas ya luchaban contra el hambre y la malnutrición, y en la que el 70% de las familias se enfrentan a deudas abrumadoras. Para muchos brasileños, la forma en que el próximo presidente ayude a poner comida en la mesa es la única cuestión que importa.

Y a diferencia de lo que ocurrió en 2018 –cuando una crisis política y las acusaciones de corrupción rampante envolvieron a la izquierda–, este ciclo electoral ha visto un resurgimiento de los candidatos de izquierda, no sólo en Brasil, sino en gran parte de América Latina.

En su retórica de campaña –mientras Bolsonaro sigue socavando la democracia de la nación–, Lula ha hecho de la pobreza y la desigualdad una prioridad clave; un mensaje que, seguramente, resonará con muchos que recuerdan los avances sociales logrados durante su anterior mandato.

Aun así, el país sigue profundamente dividido, con un creciente temor de violencia política el día de las elecciones y la preocupación sobre la posición de los militares ante una posible crisis si Bolsonaro se niega a aceptar la derrota. Muchos brasileños todavía recuerdan vívidamente las dos décadas de gobierno militar represivo que culminaron en 1985.

Y es que no es ningún secreto que Bolsonaro añora esos días, con repetitivas declaraciones, a menudo, defendiendo el golpe de Estado que inició la dictadura militar en Brasil y su aparente disposición a lanzar otro golpe, incluso a costa de «30 mil» vidas para mantener su control del poder.

En sus últimos ataques, Bolsonaro ha arremetido contra el proceso electoral de la nación, llegando a invitar a dignatarios extranjeros a un almuerzo en el que trató de sembrar dudas sobre los sistemas de votación electrónica que han estado en vigor desde mediados de la década de 1990.

También, ha hecho blanco a los miembros del Tribunal Supremo de Brasil y del Tribunal Superior Electoral, cuyo nuevo jefe, Alexandre de Moraes, es un conocido incendiario abiertamente vilipendiado por el actual presidente.

Para Bolsonaro, la amenaza de Moraes proviene, en parte, sobre su enfoque en la desinformación política en Internet, que ha sido una herramienta clave para Bolsonaro a lo largo de su presidencia, permitiéndole dar forma al mensaje sobre una serie de temas: desde las vacunas contra COVID-19, hasta la deforestación del Amazonas; y, por supuesto, las próximas elecciones.

En un reciente enfrentamiento, Moraes ha perseguido a los socios comerciales del presidente por mensajes de texto privados en apoyo de un golpe de Estado liderado por Bolsonaro.

Cualquiera que sea el resultado de esta última contienda –una de las muchas que involucran al presidente propenso al escándalo–, lo que está claro es que, a partir de ahora, Bolsonaro se enfrenta a una posible –aunque probable– derrota en las urnas el próximo octubre.

Y el hecho es que nada de la teatralidad política por la que es conocido importará si, al final del día, no logra convencer a los votantes de que tiene las soluciones para la crisis económica de la que es parcialmente responsable.

Bolsonaro es políticamente débil. Sigue siendo impopular entre amplias franjas del electorado brasileño. Y no tiene apoyo internacional para embarcarse en una aventura que pondría en peligro la mayor democracia de América Latina.

Al final del día, es muy posible que acabe siendo el primer presidente de la historia de Brasil que no consiga la reelección.

Fernando Cruz es un periodista brasileño con sede en Brasilia, Brasil. Reportaje adicional de Peter Schurmann. Este reportaje fue producido en colaboración con Península 360 Press y Global Exchange.

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