Al cabo de cuatro audiencias públicas sobre la insurrección del 6 de enero, las evidencias están a la vista: un presidente de los Estados Unidos y un grupo de sus colaboradores diseñaron e implementaron un plan para invalidar ilegalmente el triunfo electoral legítimo de Joe Biden en 2020 y para impedir la transferencia pacífica del poder.
Millones de estadounidenses han sintonizado este saludable ejercicio público de rendición de cuentas. No es para menos. Juristas liberales y conservadores han coincidido en que la democracia más añeja del mundo estuvo al borde de una “catástrofe” política y de una “crisis constitucional” sin precedentes, de haberse consumado los planes de Trump.
Aun aceptando que las audiencias tienen un elemento de intencionalidad política por haberse organizado en un año electoral, la secuencia de eventos recopilada en más de 1,000 entrevistas y más de 140,000 documentos, confirma, en mi opinión, un claro intento por parte del entonces presidente de subvertir el proceso democrático.
Bob Woodward y Carl Bernstein son los dos legendarios periodistas de The Washington Post que conocen de primera mano los abusos del poder. Gracias a su investigación del robo de operadores republicanos a los cuarteles demócratas en el hotel Watergate de Washington, develaron el escándalo de encubrimiento político que le costó la presidencia a Richard Nixon en 1974.
La semana pasada, al cumplirse el 50 aniversario del inicio del caso Watergate, tuvimos la oportunidad de participar representando a Hispanic Communications Network en la conmemoración que organizó The Washington Post. Las comparaciones entre los abusos documentados de la era Nixon y aquellos de la era Trump, fueron inevitables. Dos hombres dispuestos a tomar cualquier medida, legal o ilegal, para mantenerse en el poder.
Pero Nixon es el pasado y Trump es una figura pública no sólo vigente, sino que no oculta su interés por competir en las elecciones presidenciales de 2024. Desde Mar-Al-Lago, el ex presidente celebra conciliábulos… viaja por el país para arengar a sus simpatizantes… palomea o veta candidatos republicanos. Para efectos prácticos, Trump ya está en campaña.
Pero su exilio no ha sido del todo exitoso. Los dos candidatos que apoyó en las primarias del estado de Georgia fueron derrotados. Es decir, Trump no es invencible y no ha sido capaz de reconstituir a la coalición ganadora de mujeres, personas mayores y suburbanos que lo llevaron a la Casa Blanca. La marca Trump sigue devaluada.
Más allá del desenlace de las audiencias del 6 de enero y de la posibilidad de que el Departamento de Justicia encauce criminalmente a Trump, los latinos recordamos el trato indigno que nos dio en su presidencia y la manera en la que arropó a los grupos de odio y a los supremacistas blancos. Si él dice que no es racista, que lo demuestre.
Las elecciones de noviembre están a la vuelta de la esquina. Se juega el control de la Cámara Baja y del Senado, y mucho más: Si el resultado es visto como favorable a los candidatos que apoyan la marca Trump, ya sabemos lo que nos espera. No podemos decirnos engañados, pero si podemos hacer la diferencia con nuestra voz y con nuestro voto.