Las cifras de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés) deben ser sin duda una llamada de alarma: Los latinos representamos poco mas del 18% de la población de los Estados Unidos, pero hasta este momento representamos el 27.3% de las muertes por la pandemia del COVID-19, de acuerdo con una medición estadística “ponderada” de los CDC hasta el 21 de abril.
En California, donde los latinos representan menos del 40% de la población y muchos realizan trabajos absolutamente esenciales en sectores clave como la agricultura, el porcentaje ponderado de muertes por el COVID-19 es del 45.8% de la población, comparado con el 28.8% de las muertes entre blancos no hispanos, según los CDC.
Los CDC decidieron hacer en este caso mediciones “ponderadas”, y no sólo un conteo simple de muertes, a fin de tomar en cuenta la distribución real de los diferentes grupos étnicos y raciales en todo el territorio, para poder determinar si algunos de ellos experimentan una carga desproporcional de mortalidad por el COVID-19.
El desigual impacto del COVID-19 para los latinos se extiende a todo el país, aún en estados relativamente despoblados y tradicionalmente no latinos. Lo peor es que se trate además de un
sub-conteo, pues se han documentado muertes de latinos que no buscaron atención médica por carecer de seguro de salud o por ser indocumentados y temer su deportación.
Triste paradoja: Por realizar trabajos esenciales, de alto riesgo, como en los campos de cultivo, las empacadoras de carne, los servicios de emergencia, la limpieza… los latinos estamos cayendo a tasas desproporcionalmente trágicas.
Al panorama desolador se suman factores estructurales de inequidad sanitaria: el déficit endémico de cobertura médica que nos hace el grupo étnico más desprotegido, lo cual ha complicado el diagnóstico de salud de una comunidad clave, pero con padecimientos crónicos como diabetes, obesidad e hipertensión en tasas más altas que otros grupos étnicos o raciales.
Si a lo anterior sumamos un nivel de desempleo por encima del promedio nacional y el hecho de que trabajamos en sectores con salarios deprimidos, escasos o nulos beneficios sociales y altos riesgos en el centro de trabajo, tenemos los nubarrones de una tormenta perfecta.
Es absolutamente entendible que las autoridades federales estén enfocadas en atender y buscar resolver la complejidad de una pandemia insólita, pero una parte primordial de ese esfuerzo es tener un plan de rescate inclusivo, generoso y desplegar una urgente estrategia de comunicación de acercamiento a las comunidades más vulnerables y necesitadas como ocurrió durante la propagación del VIH.
El mensaje debe ser que la salud individual es la salud colectiva y alentar a comunidades a acercarse sin temor a los recursos médicos a su alcance, incluidas clínicas comunitarias y hospitales, y concientizarlas sobre la importancia de buenas prácticas de protección personal y distanciamiento social. En otras palabras, dejar en claro que las políticas públicas deben reflejar una realidad evidente: que todos, nos necesitamos de todos, más que nunca.
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