La Epopeya de Gilgamesh

Mario Jiménez Castillo El Observador Gilgamesh o Izdubar a quien los hebreos llamaron Nemrod (Génesis capítulo 10) según cuenta la leyenda era considerado como un héroe en toda la...
Gilgamesh Statue

Mario Jiménez Castillo

El Observador

Gilgamesh o Izdubar a quien los hebreos llamaron Nemrod (Génesis capítulo 10) según cuenta la leyenda era considerado como un héroe en toda la región del Eufrates, era descendiente de Utnapishtim último rey que gobernó la región antes del diluvio, es personificado como la sincretización de Noé.

En una de sus hazañas había derrotado a un monstruo marino que obligaba a los habitantes de la región a entregarle las mujeres más hermosas o de lo contrario amenazaba con destruirlos a todos.

En aquel entonces la reina Ishtar había puesto sus ojos en él y le ofreció cuantiosas riquezas si este accedía en ser su amante. Gilgamesh un tanto decepcionado tuvo que rechazar la oferta porque aunque las mujeres y la caza eran sus mayores debilidades, en esta ocasión no podía dejarse seducir por la diosa porque el amor de ésta era mortífero, pues todos los amantes que había tenido acaban muertos al poco tiempo.

Ishtar que se sintió humillada juró vengarse de él. A los pocos días Gilgamesh tuvo una <<pesadilla>> que le inquietaba, soñó que del cielo caía un monstruo con garras de león que le acechaba y le llenaba de miedo y también con dos estrellas que le caían encima,  soñó el mundo subterráneo, un tesoro que desaparecía de entre sus manos y con el sol que al final iluminaba el horizonte.

Gilgamesh mandó a reunir a los magos más afamados y ofreció recompensa y fortunas enteras pero nadie pudo descifrar el mensaje de aquel sueño. Pronto supo que en el bosque alejado de la civilización vivía Eabani, un sabio único en su género quien tenía dos cuernos en la cabeza y la parte inferior de toro.

Cuando el héroe y el sabio se conocieron se hicieron los mejores amigos, entonces Eabani se dispuso a interpretar el sueño de Gilgamesh y le advirtió que una bestia terrible le atacaría, trance del cual iba a resultar victorioso pero que habría de perder sus dos armas más valiosas, después sufriría calamidades y al final sobreviviría.

La diosa Ishtar que no olvidaba su promesa de represalia le pidió a su padre Anú que enviara una bestia que acabara con Gilgamesh y así aconteció, Anú creó un toro con alas y garras que atacó por sorpresa al héroe pero Eabani lo salvó, decapitó al monstruo y parte de su piel la lanzó al rostro de Ishtar.

Esta vez una encolerizada Ishtar le pidió a su madre Anatú que castigara a los mortales que la habían humillado. Anatú al ver el sufrimiento de su hija le envió una enfermedad fulminante a Eabani la que le causó la muerte a los doce días y a Gilgamesh lo contaminó de lepra.

Parte de la interpretación del sueño de Gilgamesh se había cumplido, ahora faltaba esperar los acontecimientos futuros.

Gilgamesh comenzó a temerle a la muerte y sufría en demasía pues ya no inspiraba ningún sentimiento entre las féminas que antes le amaban. Un día decidió ir en busca de su antepasado Utnapishtim que por haberse salvado del diluvio había recibido el don de la inmortalidad. Emprendió entonces su camino  pero antes tuvo que atravesar sitios infernales, desiertos totalmente oscuros y un mar en el que se alojaban las almas de los muertos; al llegar al hermoso paraje en el que vivía Utnapishtim le pidió a su bisabuelo que le ayudará a alcanzar la inmortalidad, mas éste nada pudo hacer por él al respecto pero si le ayudó a curarse del terrible mal que sufría, recobrando así Gilgamesh la buena salud.

Antes de partir Gilgamesh, Utnapishtim le dijo que en el fondo del mar había una hierba de espinas colosales que contenía el elixir de la eterna juventud. El héroe partió en busca de la planta, se amarró dos enormes piedras a los pies y se hundió en el mar encontrando finalmente aquella maravilla y aunque las espinas de la planta le desangraron las manos y los brazos no le importó; salió del mar e inició su camino nuevamente. Antes de volver a la ciudad Gilgamesh tomó un baño en una fuente, en aquel momento una serpiente llegó hasta la planta atraída por su potente aroma y se la llevó.

Gilgamesh no tuvo otra más que resignarse, perdió al mejor amigo de su vida y a un divino tesoro, mas había recuperado la  salud y desde ese día prestó siempre gran atención a las visiones nocturnas y se convirtió él mismo en un acertado intérprete de

sueños.

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