Todos los mexicanos sabemos desde pequeños que el Cinco de Mayo es una de las grandes hazañas heroicas del pueblo mexicano, una fecha simbólica que conmemora la
histórica victoria del general Ignacio Zaragoza y de sus huestes patrióticas contra el ejército invasor francés en el central estado de Puebla en 1862.
Pero en los últimos 158 años, la celebración de La Batalla de Puebla se ha convertido no sólo en un festejo profundamente binacional entre México y los Estados Unidos, sino esencialmente en una celebración de la hispanidad, un reconocimiento de las raíces comunes que nos conectan en las entrañas y de las contribuciones únicas de las hispanas y los hispanos a la cultura, a la economía y diversidad de los Estados Unidos.
Al igual que lo presidentes Benito Juárez y Abraham Lincoln confrontaron en esa época retos existenciales para la integridad y el futuro de sus naciones, nuestros pueblos y la humanidad lidiamos ahora con un desafío mayúsculo con la pandemia del COVID-19, que nuevamente pone al descubierto lo mejor de nosotros: nuestra voluntad infinita para luchar contra la adversidad, en cualquiera de sus formas.
Aquí hemos reconocido los grandes héroes anónimos de esta nueva batalla, a los que encontramos y honramos donde quiera que volteamos: en los hospitales, las ambulancias, los campos de cultivo, los supermercados. Todos los que arriesgan su propia vida las 24 horas del día para salvar las de otros.
Pero este Cinco de Mayo es más significativo que nunca enfocar la mirada en un grupo de hispanas e hispanos singulares que están en la primera fila del campo de batalla y que, pese a vivir en la más total incertidumbre sobre su vida y su futuro, nos muestran un espíritu, una dedicación y entrega, que merecen ser reconocidos y protegidos.
Por supuesto me refiero a nuestros “dreamers” beneficiarios de DACA y a nuestros hermanos beneficiarios del TPS. Un total de 202,500 “soñadores” y 131,300 “tepesianos” pertenecen al ejército de trabajadores esenciales que se arriesgan diariamente contra un enemigo común.
De ese total, alrededor de 29,000 dreamers y 11,000 tepesianos trabajan específicamente en el sector de salud, como doctores, enfermeras, trabajadores de emergencia, pero miles más están laboran incansablemente desde sus propias trincheras como maestras, maestros o trabajadores de servicios vitales.
Como explica la dreamer Karen Reyes, una dedicada maestra escolar e hija de una madre indocumentada quien también se ha visto afectada laboralmente por la pandemia. “Esta no sólo es mi historia, es la historia de mi madre y de personas como ella”.
Que mejor celebración del Cinco de Mayo y del Día de las Madres, que dotar a todos los patriotas excepcionales de DACA y TPS que trabajan en actividades esenciales, de la seguridad y certeza que merecen, extendiéndoles sus permisos de estadía y trabajo.
O mejor aún, aprobando en el Senado la iniciativa de ley que les abre la puerta a una solución permanente. Ellos han estado y siguen estando a la altura de las circunstancias, ahora les corresponde a los líderes políticos hacer lo propio.
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