José López Zamorano
La Red Hispana
Washington. – Con el apoyo virtualmente unánime de toda la Cámara Alta, salvo el rechazo solitario del senador republicano de Texas Ted Cruz, el Senado puso en marcha esta semana el crucial debate legislativo sobre el Programa de Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA), es decir sobre el futuro de por lo menos 690,000 “dreamers”, aunque la cifra es quizás dos veces más alta.
Se trata de una prueba de fuego trascendente, no sólo para que el Congreso desmienta la percepción generalizada de ser un órgano legislativo disfuncional y crecientemente incapaz de lograr acuerdos justos y duraderos, o para que el presidente Donald Trump muestra sus supuestas dotes de negociador, sino para mostrar el tipo de sociedad que aspira ser Estados Unidos.
La iniciativa que respaldan los senadores republicanos, el Proyecto de Ley de Seguridad y Éxito, refleja fielmente los cuatro pilares del plan de Trump: la legalización y naturalización de hasta 1.8 millones de Dreamers, la demanda de 25,000 millones de dólares en seguridad fronteriza, nuevas restricciones a lo que los conservadores llaman “migración en cadena” y la terminación de la denominada lotería de visas.
Específicamente la iniciativa propone limitar la reunificación familiar a conyugues o hijos solteros menores de 18 años de ciudadanos estadounidenses o de residentes legales permanentes. ¿Y los padres? Para madres y padres sólo habría 150,000 visas temporales de cinco años, renovables, sin la posibilidad de que puedan laborar dentro de los Estados Unidos.
Es indudable que ese tercer pilar del plan de la Casa Blanca y de los republicanos del congreso constituye una gigantesca píldora venenosa que difícilmente pueden digerir los demócratas. No sólo rompe con la filosofía de unificación familiar que inspira a la política migratoria de Estados Unidos, sino que es una amenaza existencial a un Partido Demócrata que se presenta como una gran carpa donde caben todos, personas de color, la comunidad LGBT etc.
Al inicio del debate, el presidente Donald Trump expresó su expectativa de que se puede lograr un acuerdo entre republicanos y demócratas, y aseguró que podría ser la “última oportunidad” de lograr un acuerdo sobre el futuro de DACA. Ciertamente, todos sabemos que fue él quien decidió terminar unilateralmente con el programa a partir del 5 de marzo, a pesar de que este continúa vigente parcialmente gracias a una orden de un juez federal de San Francisco.
Resulta inevitable afirmar que la clase política en Washington tiene una gran responsabilidad en sus manos, que requiere no sólo de su experiencia parlamentaria, sino de su sensibilidad para lograr una solución digna, justo, a la altura del valor de los dreamers, y que haga sentir a los Estados Unidos orgulloso de sus raíces como un país de inmigrantes.
Para ello se requiere hacer a un lado la politiquería, inyectar una fuerte dosis de flexibilidad negociadora por ambas partes, y una altura de miras para pensar en todo aquello que Estados Unidos perdería si no encuentra un arreglo permanente para quienes se han convertido en un modelo de patriotismo, mérito y carácter.
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