Javier Sierra
Sierra Club
Durante los peores años de la Guerra Fría, el Muro de Berlín se ganó el sobrenombre de Muro de la Vergüenza. En 1963, el Presidente Kennedy, en un memorable discurso, dijo que, “El Muro es (…) una ofensa contra la humanidad que separa a familias, divide esposos de esposas, hermanos y hermanas, y a un pueblo que desea estar reunido”.
Medio siglo más tarde, otro presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en un memorable error histórico, pretende construir otro Muro de la Vergüenza a lo largo de las 1.900 millas de la frontera con México.
Este despilfarro que costaría más de $20.000 millones pretende acabar con la inmigración indocumentada a Estados Unidos, pese a que la migración neta entre ambos países es cero. De hecho, el Pew Research Center indicó en 2015 que más mexicanos abandonaron Estados Unidos de los que vinieron.
El Muro de la Vergüenza no solo es innecesario. Sería también un desastre ambiental, económico y humanitario. Y las 650 millas de muralla ya existente así lo demuestran.
“Invocando la Ley REAL ID, la administración Bush anuló decenas de protecciones y salvaguardas para construir esos tramos del muro”, dice Dan Millis, un experto del Programa de Terrenos Fronterizos del Sierra Club. “La gente aquí vive en lugares donde la Ley de Aire Limpio y la de Agua Limpia no se aplican. Esto no es la protección igualitaria ante la ley según la Constitución”.
El muro existente actúa como una represa que favorece las inundaciones, como las que sufrieron Nogales, México, y Nogales, Arizona, las cuales causaron muerte y destrucción a ambos lados de la frontera.
“La eliminación de estas leyes realmente me asusta debido a lo que Trump podría hacer”, dice Millis. “El dice que es una persona que defiende la ley y el orden, pero puede bloquear la ley para hacerse el duro en televisión”.
El daño económico del Muro también sería profundo. La persistente agresión verbal y política de Trump contra México —el muro, las aterradoras redadas anti-inmigrante, los insultos contra la dignidad de todo un país— amenaza con que esto le salga el tiro por la culata.
Unos seis millones de empleos en Estados Unidos dependen del comercio con México. Otra idea descabellada de Trump es imponer un arancel a las importaciones mexicanas para financiar la construcción del muro. A fin de cuentas quienes acabarían pagando serían los contribuyentes norteamericanos, incluyendo los votantes de Trump.
Esos mismos votantes justifican la aterradora operación militar que Trump está realizando en todo el país contra inmigrantes casi exclusivamente hispanos, diciendo que estas personas están robando sus empleos.
¿De verdad? El Centro para el Desarrollo Global publicó un estudio en 2013 sobre este supuesto robo, incluyendo la oferta de 6.500 empleos agrícolas en Carolina del Norte. De ellos, 163 norteamericanos empleados se presentaron a trabajar bajo el duro sol. ¿Cuántos acabaron la temporada de cosecha? Siete (7). Y la industria agrícola de California, tras apoyar a Trump, teme ahora que sus productos se pudran en los campos por falta de mano de obra.
La verdad es que los inmigrantes típicamente aceptan con entusiasmo empleos que a los trabajadores norteamericanos les repelen. Y la operación militar de Trump que lleva camino de intensificarse a niveles dictatoriales amenaza la misma seguridad económica del país. Según un estudio del Buró Nacional de Investigación Económica, deportar a todos los trabajadores indocumentados le costaría al país unos $3 billones (“trillions” en inglés) en diez años.
La crisis migratoria no se resolverá convirtiendo a los indocumentados en chivos expiatorios. La solución ambiental, económica, y sobre todo moral, es adoptar una reforma migratoria con una vía a la ciudadanía para 11 millones de personas que sufren el castigo de los contaminadores y la ira xenofóbica de Trump.
En juego está nuestra vergüenza nacional como país civilizado.