Si no pudimos ser niños, ¿quién nos enseña a ser adultos?

Jóvenes en el sistema de cuidado de crianza, revelan las dificultades de transición a la adultez y el impacto en su salud mental.
De izquierda a derecha: Ayanna Rasheed, Liberty Dycus y DeAndre Byrd. Los jóvenes compartieron sus experiencias sobre haber crecido en el sistema de cuidado de crianza.

Jenny Manrique /Especial para El Observador

DeAndre, Liberty y Ayanna llegaron a la adultez sin darse cuenta. Pasaron sus años de niñez en hogares sustitutos, casas de crianza, orfanatos, y como no, la calle. Con frecuencia se preguntaron dónde estaban sus padres o por qué no había un adulto que les enseñara cosas básicas de supervivencia, como cocinar o ahorrar dinero. Varias veces se acostaron sin comer y con fantasmas que les rondaban la cabeza, impacto del abuso o el descuido de sus guardianes de turno. Se acostumbraron a decir mentiras cuando un trabajador social los visitaba. “Aquí en casa, todo bien. Me llevan a la iglesia. Tengo donde dormir. Estoy limpia”.

Hoy, todos mayores de 21 años, a lágrimas, aprendieron a dejar de llorar. Y encontraron un modelo a seguir: ellos mismos. DeAndre Byrd, Liberty Dycus y Ayanna Rasheed contaron sus historias en el panel “Invisibles y Fuera de Sí”, organizado por New America Media y el Foro YouthWire en Oakland, California.

Sus vidas son el reflejo de los vacíos que hay en el sistema de Cuidado de Crianza. A pesar de que California ha dado grandes pasos con iniciativas como la Ley AB12 -que extiende la posibilidad de brindar un hogar sustituto hasta los 21 años a estos niños abandonados o huérfanos-, aún hay muchas mejoras requeridas para los más 60.000 jóvenes californianos que según el Departamento de Servicios Infantiles y Familiares (DCFS en inglés), se encuentran en el sistema.

La falta de una vivienda estable y de un tutor que los acompañe permanentemente en su transición a la adultez, así como la escasez de servicios de atención en salud mental, son los “mayores agujeros del sistema”, según Brian Blalock, fundador y director del proyecto Justicia Juvenil del programa de Ayuda Legal del Área de la Bahía, que trabaja con esta población desde el 2011 y ha logrado asistir pro bono a 447 niños en esta condiciones.

“Más de la mitad de nuestros niños (13-22 años) sufren Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), depresión o trastorno bipolar y más de un tercio de las niñas fueron víctimas de explotación sexual”, añadió Blalock. “Más del 80% de estos niños abandonados del sistema son afroamericanos, lo que nos habla de una disparidad tremenda, y al momento de recibir nuestra asistencia, también más del 80% se encontraba en algún tipo de libertad condicional”, añadió Blalock.

El pálido diagnóstico contrasta con lo que este grupo de abogados ha logrado: recuperar 7 millones de dólares de los fondos federales para ubicar a estos niños en hogares sustitutos en los condados de Alameda, Contra Costa, San Francisco, Santa Clara y San Mateo.

Según Erin Palacios, quien lleva trabajando nueve años como abogada en las cortes juveniles, raramente un juez no da la orden de ubicar inmediatamente a un niño en el sistema de crianza. “No habría necesidad de arrastrar todos los casos a la corte, pero el sistema mismo pone muchas barreras. Cuando mayores de 16 años llaman al CPS (Servicios de Protección Infantil en español) no reciben respuesta a menos que los asista un abogado. A veces no dan respuesta ni a uno de 12 años”, dice Palacios. “Como sociedad estamos fallando. Ellos no son una población oculta o inadvertida, hemos elegido no escucharlos”.

La abogada insiste en que es fundamental construir una red de seguridad para la adultez, que tenga en cuenta los lazos que tejieron en sus primeros años, sus conexiones y parientes. “Nosotros trabajamos mucho en temas de reunificación, buscamos un tutor o una abuela o como una última solución el sistema de adopción. Sin embargo como adultos, lo más importante es enseñarles a maximizar su independencia”.

En eso coincide Jamie Lee Evans, 49, directora de formación de California Youth Connection (CYC), una organización juvenil que busca transformar políticamente el sistema de cuidado de crianza, y que cuenta con mentores para guiar a los jóvenes cuando salen de este.

“La ayuda económica que provee el sistema es importante, pero son otras cosas las que envían a las personas a la calle: la falta de confianza, de madurez, de conocimiento. Como joven de crianza necesito que alguien me muestre cómo voy a conseguir una vivienda sin tener un historial de alquiler, o cómo llenar formularios. Sobre todo, cómo construir relaciones de amor”.

Evans, quien también estuvo en el sistema en los años 70, hizo énfasis en la demanda de servicios de salud mental para una población que de joven estuvo tan ocupada “en sobrevivir y tener con qué comer, en permanecer en la escuela, en cuidarse de padres abusadores, o de la calle misma, que recién de adulta comienza a enfrentar sus sentimientos”.

“Quería que me vieran como un ser humano”

Libertad Dycus, 23, sin duda está batallando con los suyos. Nativa de Etiopía, llegó a Estados Unidos a sus dos años de edad, después de un proceso de adopción transnacional y creció con una madre sustituta. “Hice muchas cosas para llamar la atención, quería que alguien hablara conmigo, que me vieran como un ser humano, pero mi madre adoptiva estaba cuidando de 5 o 6 niños. Yo era la menor de sus preocupaciones.”

Libertad recuerda haber vivido con permanente miedo de perder su hogar. Por eso ocultaba al trabajador social que la visitaba que dormía en el piso o que personas desconocidas pernoctaban en su casa. “Pienso que muchas madres adoptan estos niños solo por el dinero y para mí esto no es un trabajo o una carrera, sino algo que les debe salir del corazón, porque es mi vida la que está en sus manos por 15 o 16 años.”

Cuando finalmente se emancipó a sus 19, comenzó a preguntarse a dónde ir. “No es divertido estar sin hogar o no tener dinero, o entender que tu madre adoptiva solo estaba esperando que crezcas para llenar tu cupo con otro niño.”

A través de la Ayuda Legal de Área de la Bahía, Libertad ingresó al programa de vivienda transitoria por dos años, tiempo en el que entró a la escuela y puedo encontrar un trabajo. “Fue la primera vez que una asistente social se sentó conmigo una vez por semana y me dijo vamos a hacer un plan para ti… Ahí recién empecé a quererme y valorarme y finalmente superé tanto dolor.”

“Nunca nadie me preparó para el mundo exterior”

La historia de Ayanna Rasheed, 21, también está plagada de resentimiento. Entró al sistema de crianza desde los dos años, fue adoptada a los cuatro y después de pasar por varios hogares, a los 13 ya estaba de nuevo en la calle. “Yo vivía la rutina de casa, escuela e iglesia y pensaba que la vida era mucho más que eso. Así que huí de mi casa adoptiva y fue en la calle donde aprendí, a las malas, a no confiar en nadie, ni a contarle a nadie mis asuntos.”

Por necesidad comenzó a robar: pasta de dientes, comida, ropa. Fue a parar al centro de detención juvenil a sus 14 años y vivió en varios hogares de paso, de los que se escapaba. Dice que cuando entró a hacer su secundaria en el colegio ¨Boys Republic”, una comunidad para jóvenes con problemas, aprendió a “ser responsable” de sus acciones.

A diferencia de Libertad, Ayanna sí le dijo muchas veces a su asistente social que en su hogar sustituto la golpeaban excesivamente pero como la “casa estaba inmaculadamente limpia, y me llevaban al colegio y a la iglesia, nunca me creyó.”

Por esas razones, Ayanna no pudo crear un vínculo afectivo con su madre adoptiva y sintió un gran abandono en su transición a la adultez porque “ella nunca me preparó para el mundo exterior, nunca me enseñó cosas básicas como ahorrar o cómo buscar un apartamento”. Cuando finalmente conoció a su madre biológica ya tenía 18 años y le pareció imposible recuperar el tiempo perdido. “Ya era muy tarde para que me enseñara las cosas que no aprendí mientras crecía.”

Ayanna volvió al sistema gracias al AB12 y ya hoy, emancipada, decidió buscar trabajo en un CVS y cumplir su sueño de convertirse en paramédico. “Yo no quería hacer lo mismo que antes, sentarme a beber en las calles del centro. Comencé a buscar recursos, atender foros de vivienda, buscar ayuda. Estaba sola y así lo entendí. Comencé a vivir bajo lema de “comer o ser comido.”

“No podemos enseñarnos a sí mismos”

En contraste DeAndre Byrd, 21, tuvo una infancia tranquila en Oakland donde iba a la iglesia y tocaba la batería. Fue a sus 11 años, cuando lo trasladaron a un hogar sustituto en Vallejo, que terminó metido en una pandilla, y robando “casas, coches y gente”. Su joven vida delictiva no solo fue el origen de una relación tortuosa con su madre -”la irrespetaba mucho”, confiesa- sino que le costó la entrada 21 veces a diferentes centros de detención juvenil.

“De la escuela secundaria me expulsaron por golpear a otro estudiante casi hasta la muerte”, recuerda DeAndre. “No era yo. Ya no era más el niño que iba la iglesia. Pasé dos años en una correccional en Solano, donde todo fue peor. El juez me quería enviar a un Rancho para chicos en Nevada pero le pedí que me mandara a un hogar grupal”. Así pasó su adolescencia cambiando de casa, familia y condados y negándose a seguir los pasos de su padre, quien era un proxeneta.

“Yo crecí queriendo ser como él, pero mi madre siempre me prohibió estar cerca suyo. Él era muy violento. Me pegaba con el cable de la aspiradora y me enseñó a usar drogas. Nunca tuve un modelo a seguir en absoluto”. DeAndre dice que ya se perdonó a sí mismo por las cosas que hizo, porque entendió que como niño careció de un consejo adulto para llegar a donde está hoy. “Nuestros padres tienen que guiarnos por el camino correcto. Nosotros no podemos enseñarnos a sí mismos porque cometemos los peores errores.”

DeAndre se graduó a los 17 años de la escuela secundaria y luego entró al sistema AB12. Tiene su propio apartamento en Pittsburg y estudia para ser consejero de jóvenes adolescentes. Dice que volvió a rezar y a ser la persona que solía ser. “Mi abuela fue quien me ayudó a encarrilarme. Ella es muy religiosa, es una predicadora. Es mi modelo a seguir. Hoy día no me llevo con mi madre. Le he dicho ´te amo mamá´ y ella no puede decirlo de vuelta. Eso duele”.

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